No recuerdo cuánto tiempo duró el viaje porque no pensaba en ello. Supongo que alcanzó la hora. Aunque ni siquiera me interesaba saberlo, de todas formas. De hecho, apenas comenzaba a viajar por la ruta, mientras avanzaba dejando atrás unos inmensos campos verdes, cuando perdí la noción del tiempo ante la maravillosa totalidad de los terrenos que me robaban la mirada. Parecía un bobo; inmerso en mis pensamientos sobresaturados de matices verdes y celestes, en la sensación de libertad y adrenalina y en las reminiscencias que me remitían a mi infancia, cuando recorría el mismo camino y hacia el mismo lugar.
Siempre mantuve la mirada perdida, es cierto, pero nunca me desviaba de mi camino: sabía lo que me esperaba adelante. Es por eso que a menos de la mitad del camino ya me sentía completamente libre de tensiones. Estaba despejado de problemas cotidianos, más allá de donde mi mente me permitía ver, desconectado de la realidad durante minutos y enfocado íntegramente en las cosas maravillosas que veía, dignas de ser contempladas por un rato, por más simples que lucieran.
Y ahora, recordando esos buenos momentos, me surgen sensaciones y pensamientos nuevos que deseo grabar a fuego en mi memoria. Con frecuencia me propuse ser libre e independiente, al menos en apariencia. Pero si bien no sentía que era una manera de escaparme, nunca había sentido una sensación de libertad más plena que aquel día. Me dio gusto haberlo hecho, y espero que se repita.
martes, 13 de mayo de 2008
...Y viajar.
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