domingo, 1 de febrero de 2009

Domingo.

Los domingos han sido siempre un padecimiento para mí. Siempre. Pienso (y creo que no dejaré de hacerlo hasta quién sabe cuándo) que los domingos son los días más aburridos de la semana. Y ningún día se le compara. Anunciante víspera del suplicio semanal: rutina del trabajo-estudio obligatorio. Eterna jornada resacosa del sopor etílico nocturno. Los domingos nunca tienen razón de ser. A menos, claro, que existan por la continuidad de los sábados.

Detesto buscarle sentido a la absurda tarde de un domingo que es tanto televisivamente tedioso como psicológicamente cruel. Por lo tanto, propongo boicot: SUPRIMIR EL JODIDO DOMINGO DEL CALENDARIO. Sugiero ley de redistribución horaria dominical hacia el resto de los días. Así pasaremos a tener jornadas de 28 horas para que, mientras algunos puedan cobrar por más horas de esclavitud laboral, yo pueda seguir evadiendo la realidad mediante el sueño por unas cuantas horas más.

Indefectiblemente, cualquier sugerencia es totalmente inviable.